Manzanares tendrá más patrimonio artístico gracias a la donación de pinturas y esculturas de Fernández-Arroyo

La inauguración del acto corrió a cargo de la concejal de cultura, Silvia Cebrián, acompañando la concejal de turismo, Gemma de la Fuente, el hijo del artista Carlos Fernández-Arroyo, el crítico de arte Manuel Gallego, así como miembros de la corporación municipal, familiares, amigos, artistas y vecinos de Manzanares, en un emotivo acto donde se habló del protagonista como hombre humanista y entusiasta que comunicaba alegría. De este modo Carlos Fernández, hijo del artista, esperaba que pueda guardarse un gran recuerdo de su persona, tanto en lo artístico como en lo humano.

La responsable de cultura del ayuntamiento manzanareño además de dar la enhorabuena por el excelente trabajo del poeta, pintor y escultor José Fernández-Arroyo, también quiso dar las gracias en nombre del equipo del gobierno, por la donación de distintas obras al Ayuntamiento de Manzanares, “un patrimonio que quedará para todos los manzanareños”, decía Silvia Cebrián. Asimismo el crítico de arte, Manuel Gallego, explicaba que la pintura para Fernández-Arroyo teniendo en cuenta los inicios figurativos del artista, es un “proceso de abstracción”, de despojamiento. Este proceso abstractivo ofrece, diseccionados, intelectualizados, los elementos de la pintura.

El poeta, escultor y pintor José Fernández-Arroyo nació en Manzanares en 1928 y en la actualidad es por deseo suyo y con la colaboración del Ayuntamiento de Manzanares, que su familia organice esta casi póstuma exposición con la intención de que sus últimas obras puedan quedar arraigadas a la tierra que le vio nacer y alentó su inquietud juvenil. Aunque en estos momentos goza de buen estado general de salud, está sufriendo el deterioro de una enfermedad que le impide seguir expresando su creatividad.

La poesía ha sido siempre el eje principal de su actividad creativa, pero no el único. Es destacable que durante su juventud, la amistad con el pintor manzanareño Antonio Iniesta, le despertó su interés y afición a las artes plásticas, que desarrolló durante su afincamiento en Madrid, en su relación permanente con grandes artistas manchegos como Antonio Guijarro, Gregorio Prieto, Agustín Úbeda o el escultor Martínez Bueno, entre otros. A finales de los 50 es cuando empieza a dedicarse activamente a la pintura y, pocos años después, en una exposición presentada por su amigo el poeta Álvarez Lencero, se despierta su interés por la escultura, a la que se dedica desde entonces, de modo absolutamente autodidacta.