Gallego Arroyo introduce en la estética del modisto Manuel Piña
Gallego Arroyo introduce en la estética del modisto Manuel Piña
El profesor Manuel Gallego Arroyo se ha aproximado desde distintas perspectivas a la obra del modisto manzanareño Manuel Piña con motivo de la inauguración del museo donde se recoge y expone la mayor parte de su obra. Sigue su trayectoria vital desde que sale de Manzanares rumbo a Madrid y su camino artístico desde el “telurismo” de los primeros tiempos hasta su etapa romántica, en la que el vestido se transforma en sentimiento.
Allá por los años sesenta del pasado siglo, Manuel Piña deja Manzanares, poblachón manchego, para irse a Madrid, incipiente urbe cosmopolita. El contraste fue tremendo. “Mi pueblo era crudo, crítico, cargante. Lo vivían y lo viven unos hombres que sudan mucho para trabajar la tierra en verano. Y el frío cala los huesos y las entrañas en invierno”. Así eran los hombres, las mujeres, “enlutadas siempre. Los lutos por un tío eran de dos años; por los padres, de seis a ocho años, y por el marido o por un hijo, las mujeres manchegas, fuentes, claras y duras, se cubrían el rostro con un velo negro de tristeza transparente y el cuerpo con telas negras y mate como la noche”. Así describía Piña el mundo en el que creció y que dejará honda huella en toda su trayectoria artística.
Entre ese “telurismo” de partida y “lo progre” que se estilaba en Madrid, Piña tuvo que dar un salto cualitativo. Pero en esos momentos, antes que diseñador es un artesano, todo lo más un industrial. Durante los 70 es dueño de un pequeño taller de punto, un acontecimiento que Gallego Arroyo califica de “crucial”.
La vocación de crear “modernidad” le impulsó a buscar vehementemente, por los desfiles de moda más afamados de Europa. “Lo que Piña quería era diseño. Diseño sí, pero una relación ambigua con el diseño. Piña no era un buen dibujante, aunque llevaba sobre sí la experiencia del industrial, del modisto y sobre todo del innovador, del hombre que quería hacer la modernidad: el diseño para él, no era dibujo, era, eso, ideación”, escribe Gallego Arroyo.
El modisto manzanareño se mueve en el Madrid de “la movida”, que más que nada fue una sacudida nerviosa del lastre del pasado, el Madrid de Alaska o Pérez Villalta, de Almodóvar o Rock Ola, de Ouka Lele, Mariscal o el Chochonismo y, en moda, la época del diseño “Made in Spain” y el momento de la internacionalización.
“Salió adelante, ciertamente entre bandazos, el sueño de un diseño “Made in Spain” en el que Manuel Piña puso “la pasión” y en el que, es cierto, aquella movida madrileña jugó un papel interesante, al menos desde el punto de vista contextual”, precisa el profesor manzanareño.
Gallego Arroyo señala que entre estas nuevas tendencias descollaba como rutilante estrella una liberada mujer, mujer que sin dejar de ser el patrón de la raza, se hacía moderna e innovadora. “Sobrevivía así, en cierto modo, lo telúrico en la carne trémula de los nuevos tiempos”.
En su afamada carta a la mujer española de los años 90 Piña confiesa que comenzó su misión y su gran amor “me hice cómplice de la mujer y jugué a su ritmo y a su pausa, la desnudé y la hice fuerte, soberbia, superior. Pero cuando casi estaba conseguido me pidieron que les hiciese distintas… Y como un piropo siempre fue un piropo, la mujer me habló de cambiar la estética”.
Con ese bagaje Piña se puso a crear desbocadamente. Gallego Arroyo subraya la contribución del diseño y del color a la consecución de ese objetivo de una mujer nueva. Una trayectoria que desemboca en lo que denomina romanticismo “hay que decir más de lo que se ve, pero no insinuando, sino yendo al alma, al valuarte de la pasión, a lo profundo”
Antes de analizar las relación soterrada entre Piña y Almodóvar, a la que arroyo dedica todo un apartado en la Revista de Ferias del Ayuntamiento, Gallego Arroyo señala que “otra curiosa intervención de Piña sobre la idea de Diseño es la que hace del vestido una superficie pictórica: el caso es que la prensa no sea sólo vestido, que sea un sentimiento, un símbolo, que sea arte”.